
Lagos en esta oportunidad habló para la elite, pues la masa de chilenos no está interesada en las sutilezas analíticas de lo que dijo Lagos y tampoco entiende mucho de ese contexto; sin embargo, los chilenos poco a poco se van percatando de la aparición de este hombre de gran carácter, con imagen de ser el más simbólico de los estadistas, que lo ven serio pero no lejano, que lo ven con un gran porte intelectual -e incluso físico- de Presidente, que lo ven como un tipo apasionado (recordando el dedazo a Pinochet y el bochorno que le hizo pasar al expresidente boliviano Carlos Mesa cuando ofreció relaciones diplomáticas "aquí y ahora"), que lo ven autoritario y con claridad para plantear su perspectiva de Chile sin dejarse llevar por populismos e imágenes marketeras actualmente muy comunes de los que corren por llegar al sillón presidencial. Piñera, Velasco y MEO, que están en campaña, representan en cierto modo este estereotipo que es contrario al que ofrece Ricardo Lagos con su sobriedad, honestidad, pasión y claridad para dirigirse a los chilenos y a los desafíos futuros del país. Los chilenos íntimamente intuyen que es hora que regrese, porque comienzan a cansarse de la ambigüedades, contradicciones, vanidades, payasadas, ignorancia, proyectos personales y de las imágenes publicitarias que los políticos intentan administrar a la hora de captar votos de una eventual elección política. Todo esto en un contexto de farandularización y descrédito que ha caído la clase política chilena en estos últimos tiempos.
Ya se tuvo harto de los Piñeras, los MEOS, los Velascos, los Lavines, las Matthei, los Allamands... Lagos parece que está regresando -y poco a poco los chilenos captarán que extrañan la impronta de Lagos- y con su arribo estarían de vuelta la sobriedad, la firmeza, la claridad, la visión de largo plazo e inteligencia que se requiere para tomar el comando político del país.
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